miércoles, 15 de diciembre de 2010

Crónicas de un extranjero. Parte 7.

fin de semana en la Sierra...

Es cierto que al llegar a una determinada edad, uno se vuelve más “acomodado”, digamos que quedan lejos los años de hippie sobreviviente para estar cada vez más cerca del burgués sobreviviente. Es así, que decidís irte con tu novio de fin de semana y empezás con los preparativos: te depilás, alquilás un hotel con piscina, rezás para que no haya niños y te preparás para cenas románticas.

El problemita de cierta costumbre burguesa es que se empieza haciendo la reserva por internet y no a la vieja usanza de ir investigando el hospedaje de la zona, así que no sabes muy bien con qué te vas a encontrar. Después de casi una hora sobre la moto, con unos 38ºC, llegamos al dichoso hotel.
Ni bien entramos a la habitación, ups! hay dos camitas de una plaza. Bueno, vamos a pedir un cambio y sino las juntamos.

Bajamos a la piscina y, ups! el promedio de edades es de 50 años votantes del PP. En una esquina hay acumulación de viejos que superan los 80 años cada uno con sus respectivos tres bastones cada uno. En otra esquina, está lleno de niños que gritan, lloran, gritan, se tiran salpicando a todo y todos, gritan, corren, gritan, empujan y gritan. En fin, un descansito, ducha y a cenar.

Después de un paseo por el pueblo se cerró la hipótesis de un 100% de votantes del PP, o sea son más fachas de lo normal. Y además quedó confirmadísimo, tenemos un aspecto que no concuerda con el lugar, pero... nos da bastante igual y vamos a cenar.
Hay dos posibilidades, un bar de tapas con una terracita muy parecido a Lavapiés (casi como estar en casa); o un lugar que tiene su terraza más alta desde donde se ve la calle; y está techada con árboles (detalle importante teniendo en cuenta que ya está refrescando).
Nos sentamos y pasaron 30 minutos en los cuales las opiniones variaban, no sabíamos si irnos, si entrar educadamente para avisar que estábamos, si seguir esperando o irnos pateando mesas, sillas y gente, al grito de “tenemos hambre!!!”. Logramos interrumpir uno de los paseos de la camarera con nuestros movimientos desesperados, y se dignó a venir, fue fácil: dos cañas para empezar y te pedimos la cena.

Las dos cañas para empezar terminaron bañando la espalda/piernas de los dos mientras nos mirábamos con cara de “¿por qué?” y la mujer pedía miles de disculpas y explicaba que es la primera vez que le pasa, como si eso bastara para secarnos y quitarnos el pegoteo de la cerveza. Acto seguido tarda otros 30 minutos para traernos la cena. Lo bueno es que le pusimos mucha buena onda.
Pedimos la cuenta y pagamos con tarjeta; y como se suele hacer en esos casos solo hay que firmar e irse; salvo que te cobren mucho más y te devuelvan la diferencia en efectivo, pero por suerte nos invitan a chupitos. Claro, la pobre no sabe que habla con una gorda antes que alcohólica, asique se lo cambio por un heladito; ya nos podemos ir, pero vuelve... ¡no nos había devuelto la tarjeta! Esta mujer se empeña en perder clientes. Sin más nos retiramos del establecimiento saludando desde la puerta cual náufragos.

Volvimos al grandioso hotel de viejos y descubrimos que las camas se resbalan y se hace una grieta entre las dos, por suerte mañana desayunamos y salimos de éste antro para recorrer la sierra.

Una vez listos para el “viaje aventura” llegamos a 1300km de altura para descubrir que nos estábamos muriendo de frío y pasamos del río, los puentes romanos y los caminitos en el bosque.
Súper nublado y con frío, volvemos al hotel y de ahí ¡a casa! Salimos huyendo de la lluvia, del mundo serrano y renunciamos a la nochecita víspera de cumpleaños para terminar en una fiesta de cumpleaños vecina.



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