lunes, 12 de abril de 2010

Crónicas de un extranjero. Parte 3.

Normalmente, al residir en otro país, uno intenta adaptarse lo antes posible al estilo de vida de los baqueanos del lugar. Y para eso, se dedica a trabajar de “lo que sea” con tal de poder sobrevivir en su nuevo lugar.

Claro que esto le pasa a tanta gente como trabajos “locos” podemos encontrar.
En mi caso, el trabajo no es muy “loco” que digamos. Ser camarero es una de las tareas más simples de realizar y más difíciles de soportar psicológicamente. En fin, un trabajo que requiere acostarse tarde y levantarse al mediodía para nuevamente atender a los neuróticos de costumbre.

Pero, por más que se trate del mediodía, para el que se despierta no deja de ser su mañana. Y, ¿qué decir de la mañana?. Es un momento que muchos odiamos y que no debería existir en nuestra rutina. Es más, el día debería estar construido desde las tres de la tarde hasta las cinco de la mañana. Tenemos que legislar todo esto y multar al que sale, se comunica y existe; en ese intervalo fatídico.
Todo esto, se vuelve mucho más terrible cuando el día laboral es el sábado.

La gente debería relajarse y buscar actividades de ocio que les permitan recrear su mente, mientras los trabajadores (como yo) levantamos el país.
Por eso, ciertas costumbres que tiene la gente un sábado por la mañana/mediodía, a uno le llaman muchísimo la atención.
Una de ellas es la manifestación de grupos ecologistas, contra las grandes cadenas imperialistas como McDonalds. Claro que la gran cadena no se inmuta y yo sí, porque está a escasos metros de mi morada y la gente que se expresa porta gigantografías con animales descuartizados y notbooks con la tortura de esos animales que emanan gritos aberrantes.
Son imágenes muy desagradables de ver y escuchar en cualquier momento, pero a la mañana y con un café de desayuno, es peor .

Otra rareza de esta ciudad, es cuando uno pone un pie en la vereda de su portal y se encuentra formando parte del decorado de un grupo de diez morochos, que golpetean tambores de distintos tamaños y sonidos. Además de irrumpir en la escena, me acompañan cientos de ingleses y japoneses.

Todo esto es un placer divino y un regalo del mismísimo dios, si se compara con las mañanas en que una ola de hombres vestidos con túnicas naranjas y calvos por completo, arrasan cual tsunami con todo a su paso. En esos casos, aconsejo meterse cuanto antes en el edificio y esperar mirando con la ñata contra el vidrio, a que llegue la calma que sucede al ritmo de los “arekrishna”.

Los sábados son días geniales desde muy temprano, realmente es un placer la caminata hasta el centro laboral. Como no podía ser de otra manera, todo empeora y nos cuestionamos por qué no encarnamos en una alcachofa, cuando al intentar cruzar la Gran Vía (una de las avenidas más transitadas del mundo), cientos de turistas se agolpan, te empujan y codean por sacar fotos a una ola de ciclistas completamente en pelotas. Así como lo oyen, desnudos, sin ropa, nada de nada.
Yo me pregunto: ¿Qué necesidad hay a esta hora de la mañana?; ¿qué tipo de protesta es esa?; y si no es una protesta, ¿qué festejan a esta hora y a pleno rayo de sol desnudos en una bicicleta?.

Lo más extraño de este deporte matutino, es que los hombres en cuestión no pedaleaban sentaditos en su asientillo (supongo que por razones de paspaduras), sino que lo hacían parados lo cual generaba un movimiento pendular digno del amontonamientos de las masas humanas por fotografiarlos.


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