Día 3
Hoy no hubo grandes momentos, sí grandes cabreos. Que un tachero me cobre más de lo que corresponde me pone de muy mal humor. Y a Juanda que la comida no esté buena lo pone de peor humor.
Visitamos el jardín Majorelle, está bastante lejos y tuvimos que pillar un taxi, ya empezamos mal. La gracia del jardín es que lo regaló Yves Saint Laurent; que a su vez se lo había comprado a Jacques Majorelle. Este hombre tenía una colección de flora exótica; que para mi son muchos cactus-falos (Ra-falitos), de todos los tamaños, colores y formas; muchos aloe-vera; palmeras y plantas. Esto sigue siendo una propiedad privada y es muchísimo más grande que lo poco que se ve. No hay más que eso.
Al salir, negociamos con otro taxi para que nos lleve a la estación a sacar billete para ir mañana a Essaouira. En este caso Juanda si me siguió el juego y no empezó a discutir conmigo dándole la razón al timador. ¿¡Cómo iba a querer ir caminando!? Tuvimos más suerte: por el mismo precio que el anterior; nos llevó a la estación, esperó y de ahí a una cooperativa para saber cuánto valen realmente las cosas.
Además, éste buen hombre nos fue contando un poquito de qué va el rollo rey. Parece que la gente lo quiere, por eso en todos los sitios hay cuadros de la familia real. Y no los cuelgan porque estén obligados al mejor estilo Perón, sino porque lo quieren y quieren la paz; y parece que sólo el rey se las da. El gobierno, además, lo compone un primer ministro elegido por todos los ministros, pero que si al rey no le cae en gracia se cambia. A los ministros sí que los elige la gente.
En fin, eso es lo que nos ha contado.
En la cooperativa nos anclamos como dos horas, es gigantesca y encontramos lo mismo que en las calles a un precio razonable o mejor dicho real, sin regateos y sin nadie que nos agobie para vendernos. Ahí nos enteramos que lo que pagamos al niño del zahara occidental y su padre estaba bien. El tema es que con el regateo pueden llegar a ganar más, nunca van a perder, a lo sumo lo venden a lo que vale.
Al salir de la cooperativa y notar que eran las cuatro de la tarde, Juanda casi se muere de inanición y empezamos la búsqueda de un sitio para comer. Una vez más nos perdimos, caminamos muchísimo para el lado equivocado, hasta que decidimos desandar lo andado y tirar para el lado que conocemos sin innovar en la ruta. La idea era comer cerca de las tumbas saadíes para después visitar a los muertos. La cosa es que una vez reubicados en el camino de Alá, se nos cruzó un nuevo niño de unos 15 años y prometiendo comida; nos llevó al sitio en que decidimos volver. A cambio de nada!, porque inmediatamente le dejé claro que no quería guía, que no tenía plata y que estaba de mala hostia.
Cuando nos vimos en el mismo lugar del que nos alejamos hacia media hora me cagué en su madre; y en su abuela cuando llegamos al sitio para comer y estaba cerrado. Para esa altura la única alterada no era yo. Nos detuvimos y con toda la seriedad famélica, Juanda le explicó que nos dejara en paz. Lo entendió.
Y las tumbas saadíes? Bien gracias.
En el riad fuimos al hammam. A mi entender lo mejor del día. Es una mini-habitación con piso y paredes de mármol; unas piletas como de lavar ropa con agua caliente y una asistente. Primero nos pasamos savon noir, un jabón negro muy suave hecho con aceite de palmera y oliva. Luego, tumbados en el piso con una manopla nos exfolió el cuerpo, para quitar células muertes.
Y para terminar un poco de “shampú bereber” que se hace con barro, aceites esenciales y arena del sahara. Salimos de ahí con la piel como la de un bebé!
A la asistente buena onda, le daba un poquito de vergüenza lijar a Juanda. Creo que porque gritaba “cucu, qué bueno! genial!", y esas cosas. Y porque mientras me lijaba a mi, él le comentaba que tenía muchos metros de piel para trabajar por larga. Y encima yo le pregunto si me quito el sujetador y... no!, no!. La pobre chica no nos quiere volver a ver.
A la noche (no muy tarde porque todo cierra temprano) cenamos en un lugar para occidentales, pero con buena comida marroquí y vino. Llevábamos tres días sin alcohol. Lo más común suele ser el “tajim”, de ternera, cordero, verduras, con o sin couscous, etc; cerdo NO. El tajim es como una cazuela de barro con tapa loca como un embudo donde se cocina. Al final no deja de ser un guiso y el toque moro es la condimentación excesiva. A mi me sabe todo con el mismo gusto: picante.
Intentamos entrar a un sitio que decía abierto hasta las 23 hs, para tomarnos una copa, pero a las 22 ya estaba cerrado.
Definitivamente, el ritmo marroquí no es ni cerca parecido al madrileño.
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