miércoles, 10 de marzo de 2010

Crónica de un extranjero de viaje. Marruecos 7.

Día 7
Anoche finalmente prendió la candela, aunque se comió casi un libro entero de francés. La historia del libro es muy sencilla. Noche en nuestra casita madrileña, Juanda saca la basura y tarda como quince minutos. Ya estaba pensando que había hecho abandono de hogar cuando se aparece con una pila de libros. Entre ellos el de francés para principiantes. De más está decir que había muchos innecesarios pero no los tiramos, de hecho el de francés vino con nosotros y conoció el fin de sus días en la candela de anoche.

Salimos hacia el Valle de L´Ourika. Es un camino precioso y angosto entre las montañas, con curvas muy cerradas, donde no se ve si viene alguien de frente; de un lado la montaña y del otro el precipicio. Llegamos hasta el fin del camino decente, lo que nos quedó por hacer es para otro viaje y en burro. Para volver tomamos otra ruta, la idea era llegar a Oukemeden (traducido en “que me den") y de ahí cruzar la montaña hasta Asni para subir a Marrakech.

La mejor parte fue cruzando el Atlas por sus mini caminos y con la gente en sus burros o a pie; los pueblos que fuimos cruzando son ínfimos, todos color hierro, igual que las montañas.
Al llegar a Asni decidimos parar a comer. Nos vino a recibir Ibrahim. Hombre de unos 40 años, hecho polvo, bereber y muy guapo. Dijo que solo quería charlar y conocer gente así que nos acompañó.

Una vez por semana, la gente de las montañas baja a la “civilización” y se monta la feria. Algunos con su manta en el piso con lo que tengan para vender, ó con carpas, ó los más arregladitos dentro de una especie de cuevas. Mientras insistíamos en irnos solos, él decía que “sólo amigos” que nos iba a llevar a los mejores restaurantes cinco estrellas bereberes.

Anduvimos unos minutos tratando de librarnos de él cuando Juanda dice que quiere comer. “Ah!, volvemos al restaurante”; “¡¿ésos son los restaurantes?!”. ¡Es una cueva! A la calle tiene una ventana donde están todos los tajims y va diciendo de qué son.
Dentro hay unos hombres sentados en el piso, sin los zapatos (los dejan en la entrada). Nos miran como dos bichos raros, somos los únicos extranjeros en el pueblo y se nota.

El tajim de carne parece que fue el mejor de todos los que comimos en los últimos días (aunque de carne casi nada). Se come con pan como cubiertos, o sea con las manos; y acompañado por el té de menta.
Mientras comíamos este hombre nos contó un poco la diferencia entre bereberes y árabes. Dice que las montañas las habitan los berebers, que son más inteligentes y trabajan todos los días un poquito. A pesar de haber vivido en la montaña, en un pueblo perdido del mundo, este hombre habla árabe, bereber, francés, inglés y español. Porque es la mejor forma de hacer amigos (será por eso que yo no tengo tantos...). Cuenta que ahora a los niños se los educa, que en un principio los maestros eran árabes, pero ya los hay bereberes.

Nos contó que un 80 por ciento son musulmanes, pero el resto tiene diferentes religiones y nadie se mete con nadie. Cuando se estaba terminando la comida, se apareció con una bolsa de biyuterie pedorra. Claro que él decía que era plata, hecho a mano y a cada cosa le daba un significado. Media hora negociando y diciendo que no queremos nada, de pronto agarra una pulsera y pretende 700D (70 euros). ¡¿Qué?!. Otro rato con la fuking pulsera y ya me estaba comiendo la cabeza: "este nos puso algo en el té, ahora nos duermen, nos sacan todo y nos quedamos en bolas en el medio de la nada". Por suerte no llegó a tanto, nos sacó solo 150D (15 euros); y creo que era eso o todavía estar ahí.
Con la venta hecha nos dejó en paz y ni siquiera nos guió hasta la salida.

Antes de volver a Marrakech visitamos un barrio que se llama Palmerie. Parece que es un oasis lleno de palmeras donde los millonarios han construido sus mansiones y barrios privados. Asique de los miles de palmeras originales ya no quedan tantas; ¡es impresionante! Además lleno de dromedarios para dar un paseo por el palmar.
La diferencia de los barrios es abismal, en dos minutos pasamos a la opulencia desmedida, después de haber visto la miseria más onda; la verdad es que no sé por qué me sorprendí tanto.

Devolvimos el coche y para el riad; es la última noche, tenemos que armar la maleta (otra vez) y mañana muy temprano estar en el aeropuerto.



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